viernes, 18 de enero de 2008

Lustria: Asalto a Hexacoatl



Desde el último ciclo solar, Kotlecoatl, el sumo mago sacerdote de Hexacoatl, se veía atormentado por visiones terribles. Al principio eran lejanas y borrosas, pero a medida que el ciclo se desarrollaba se hicieron cada vez más precisas. Ahora estaba totalmente seguro: la ciudad sería atacada muy pronto por una horda de mugrientos engendros rátidos.
El inquieto slann envió mensajeros a sus aliados Altos Elfos de Ulthuan con la esperanza de que entenderían la gravedad de la situación. Los príncipes élficos respondieron sin dilación y enviaron a Lustria un ejército al mando del emisario Iludil. Además, le confiaron la custodia de una piedra sagrada de gran poder, capaz de repeler a la horda skaven...



Cuando los Elfos llegaron a la puerta principal de Hexacoatl, el propio Kotlecoatl salió a darles la bienvenida, pero no hubo tiempo para el protocolo, ya que escucharon un terrible sonido procedente del centro de la ciudad templo, cuyos sólidos muros se estremecieron. Tras ellos podía oírse el tañido disonante de una campana agrietada que anunciaba el inicio del ataque.
Unos segundos después, el pavimento de la plaza de la ciudad explotó en medio de un tremendo ruido. Mientras las losas de piedra quedaban reducidas a escombros, una enorme máquina tuneladora emergió del subsuelo. Unos desdichados eslizones que rezaban en aquel preciso momento en la plaza de la ciudad fueron aplastados por un torrente de bloques de piedra. La máquina excavadora, un invento del demente ingeniero brujo Snavin Sy, continuó girando en el aire durante un momento. Cuando finalmente se detuvo, el agujero vomitó cientos de guerreros de clan y esclavos skavens, como una herida infectada que arrojara pus en el templo. En un abrir y cerrar de ojos, los cientos se convirtieron en miles.


Al mismo tiempo, rayos verdosos de luz hicieron añicos las secciones de fortificaciones de los muros este y oeste. Los saurios que las defendían salieron volando por las aires debido al impacto, y las ratas ogro cargaron a través de una de las brechas echando espumarajos por la boca y con miradas asesinas. En poco tiempo, la zona estaba totalmente cubierta de sangre mientras más saurios, eslizones y un poderoso carnosaurio se unían a la refriega. El impresionante lagarto aniquiló a una docena de las abominaciones infectas, pero la carnicería desencadenada por las ratas ogro resultaba una visión terrorífica y los guerreros de ambos bandos estaban cubiertos de sangre hasta las rodillas.

En la puerta principal, los lanceros del príncipe élfico estaban perfectamente alineados y serenamente esperaban órdenes; sus armaduras de escamas y las puntas de sus lanzas brillaban bajo el ardiente sol de Lustria. El tañido de la campana se acercaba cada vez más y los hombres rata aparecían por todas partes. Unos monjes de plaga surgieron de entre los árboles de la selva, cantando letanías de abyecta devoción al Inmundo. Un enorme skaven cubierto de pústulas y costras apareció montado sobre una rata gigante de seis patas. Al otro lado del campo de batalla, los guerreros de clan habían conseguido escalar una sección del muro, amontonando a sus muertos y usándolos como escaleras, como una tumefacción de pieles y garras infectas. Por todas partes, los Skavens y Hombres Lagarto libraban combates feroces y, aunque resultaba imposible pronosticar de qué lado se decantaría la batalla, una cosa era cierta: la Muerte se cobraría una amarga cosecha aquel día.

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